viernes, julio 13, 2007
Me gusta tu jeva (o el gobierno del malandro)
"Me gusta tu jeva", dice el malandro mientras le echa una madre buseada. La impotencia del novio se apacigua ante la tremenda .38 que tiene el malandro en la cintura. El malandro ríe con los amigotes hasta que dice "que me gusta te dije" y tras un cachazo y un tiro al pie, se la lleva a la fuerza....
Más o menos así ha decidido gobernar Chávez en su relación con la empresa privada. RCTV, las clínicas privadas y el teleférico de Caracas son ejemplos claros de ello. En RCTV el malandro vio la infraestructura que permitía la mayor cobertura de señal televisiva en el territorio nacional. Era mucha tentación para resistir. Así como así, el malandro la hizo suya. Ni se acordó el malandro de su esposa VTV, fea y amarillenta, aburridísima. Tampoco de las cuantas amantes que se buscó, aparentemente cortadas con la misma tijera que la vieja mujer, como VIVE, ANTV y Telesur. Ni siquiera las doñas ricachonas con quienes había estado coqueteando recientemente, como Venevisión y Televén, le vinieron a la cabeza en ese momento de vigor masculino. Algo parecido hizo con CANTV un poco después, otra mujer que se le hizo imposible no tener.
En las clínicas privadas, el malandro vio calidad de servicio, insumos, profesionalismo. Las acusó de especuladoras y desmedidas, y pretendió arrebatarlas también. Ciertamente las clínicas se habían ido de palos con los precios, pero de allí a acusarlas de atentar contra el derecho a la salud de los venezolanos hay un largo (e inmoral) trecho. Es el Estado, con su red de hospitales y servicios de salud, quien debe garantizar este derecho. Aburrido y agobiado de aquella esposa tan horrible, pestilente y ocupada que es la red hospitalaria nacional, el malandro decidió -en vez de resolver los problemas con la doña- salir a conseguirse una jeva bien pepita, una cuyo cuerpo luciera aún como de diecinueve añitos. Al diablo con aquel matrimonio que además fue obligado, que además jamás le interesó. Por eso le montaba cachos, ya antes, con la cubanita Barrio Adentro que hizo traer años atrás.
El malandro se había divorciado de su esposa Teleférico por floja e ineficiente. No quería ni subir el Ávila ya, y cuando intentaba hacerlo incluso se caía de cuando en vez. Prácticamente la regaló desesperado. El marido nuevo de Teleférico le gastó un buen billullo a la vieja. La operó, la puso más chiquita y veloz. Le echó una pinturita y le construyó hasta un parque temático para ella solita. Cuando el malandro la volvió a ver se quedó loco. Entre hipnotizado y enfurecido, el malandro decidió que tenía que poseerla de nuevo. Después de todo, ¡eso era de él para empezar!...
Y así siguió el malandro, con su .38 en la cintura y su apetito incansable por la mujer ajena, repartiendo cachazos y tiros al pie. Y siguieron también sus amigotes, riéndole las gracias, igualmente aterrados pero aliviados de que no hubiera sido -por ahora- su mujer la que levantó el antojo del malandro.
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